De
El Mirador a Macanillo
Que
yo tuviera conocimiento, Manuel no tenía carro y menos que supiera conducir,
pero sí, tenía un Mercedes Clase C 280 del año 1976, blanco. Lo había comprado
en cuarenta mil bolívares hacía dos años. Él siempre había soñado tener un
Mercedes antiguo. No estaba en muy buenas condiciones pero un tal James, que él
no pronunciaba yeims sino James, así como se escribe, se lo parapeteó lo mejor
que pudo. Claro tuvo que ir a Cúcuta a buscar algunos repuestos, pero el
carrito le quedó machete.
Cuando
me contó lo que de seguidas relataré, yo quedé, como se dice, patitieso, no
tanto por lo del carro, aunque también me causó estupor, porque yo creía que
Manuel le tenía culillo al volante, sino por la historia, por demás inverosímil.
Aquí va, con sus propias palabras, la historia.
Usted
sabe, señor Medina que yo, dos veces por semana, cuando salgo del trabajo, me
doy una vuelta por donde Ernesto. –Yo no sé por qué Manuel me nombra señor
Medina cuando puede hacerlo por mi nombre de pila y eso de que usted sabe tal
cosa, pues la verdad que yo de Manuel no sé nada si no es porque él mismo me
cuenta, ah, y tampoco sabía que trabajaba, yo pensaba que era un vago, pero
sigamos con lo que dice Manuel– Ahí nos ponemos a cotorrear y a veces nos
tomamos un vinito. A veces está Luis –yo no sé a qué Luis se refiere. Él como
que da por descontado que yo conozco a las mismas personas que él– o a veces
Velandia y con ellos compartimos el vinito y la cotorra. La que siempre está
ahí es Norkis, claro no ve que ella está ahora por Blanquita, que tiene en su
computadora unas baladas de las viejas buenísimas. Ahí siempre nos ponemos a
escucharlas. Tiene a Pepino de Caprio, a La Industria Nacional, a Sandro, tiene
Santabárbara, a De Santis, bueno, eso tiene a todos esos baladistas, a Doménico
Modugno, a Raphael, a Dyango, yo siempre le digo que me ponga Resistiré con el
Dúo Dinámico. Bueno, ahí conversamos y Ernesto me cuenta de todos esos poetas
con los que habla siempre, de Armando –¿?–, de Luis Alberto, del Catire, de
Cadenas, bueno y de unos colombianos que son pana de él y de los panas que hizo
cuando fue a España, ah y de Juan. Ayer llamé a Darío, me dijo que me iba a
mandar Memorias de un hombre feliz, una novela bellísima que le publicó
Pre-Textos hace dos años, es de un tipo que mata a su esposa, te la voy a pasar
cuando me llegue, vo sabei que yo casi con las novelas no, me dijo un día, pero
hasta la fecha no le he visto el queso a la tostada. Bueno, eso fue el
dieciséis que fue jueves, antes de carnaval. Yo había cobrado y me llevé una de
Chivas, porque me dije, noo, hoy nos sale un whiskisito. Me llevé también una
selección de baladas que le había encargado a Álvaro, noo, la que iba a quedar
chiflada cuando le mostrara era Norkis, eran cien baladas, ahí tenía a Carlos
Javier Beltrán, Juan Erasmo Mochi, Yaco Monti, Miguel Gallardo, Tormenta,
Sergio Denis, noo, señor Medina, tenía a Rodolfo Aicardi, René y René… –Tuve
que interrumpirlo y decirle que por qué no continuaba con la historia, porque
si se ponía a nombrar todos los baladistas, no iba a terminar nunca–. Él
prosiguió.
Bueno,
lo cierto fue que Norkis me pidió el cidi y tuve que regalárselo –Ajá, ¿Y?–.
No, pues que empezamos a echarnos los whiskys Ernesto y yo, Norkis no, ella no
bebe. Al ratico llegó Luis, pero no se estuvo nada, apenas se echó uno porque
dijo que iba para Sofitasa que tenía la presentación de un libro.
Bueno
señor Medina usted sabe que –y dale con que yo sé– cuando ya son por ahí, las
ocho y media o nueve yo me arranco, tampoco me gusta irme muy tarde. Ya a esa
hora no hay cola y yo puedo irme tranquilo, piano piano, usted sabe que yo no
corro –¡putas!, me dije ¿cómo que yo sé que él no corre? ¿No corre qué?– porque
el carrito yo lo cuido mucho… –¿Qué? ¿qué? ¿qué?, párate ahí Manuel, ¿de qué me
estás hablando?, lo interrumpí abruptamente–. Ay señor Medina, usted no me está
parando ni media. Le estoy contando lo que me pasó… –No, no, no ¿cómo es eso de
que tú no corres porque cuidas mucho el carrito? ¿de qué carro hablas?– Pues
del carrito señor Medina, del Mercedes –¿Qué Mercedes?– Ay señor Medina ¿yo no
le había dicho que al fin me compre un carrito, un Mercedes?, usted sabe que siempre
decía que si yo algún día tenía un carro tenía que ser un Mercedes. –¿Y te
compraste un Mercedes? Hice la pregunta pensando en la bola de billete que le
debió haber costado– Si señor Medina, viejito pero está bueno, James me lo
parapetió, me costó cuarenta mil. Yo tenía mi platica ahorrada. Claro, tuve que
meterle como ocho más, pero quedó calidá –Manuel, ¿también estás hablando como
los muchachos de ahora?– Ay señor Medina, es que de tanto escuchar a las nietas
a uno se le pega –Y ahora me resultó que también tiene nietas… Ajá, ¿y tú mismo
lo conduces?– Claro, señor Medina, aprendí a manejar, ahí con Mélany y también
con Ángela y Marconi, noo pero con Ángela es un peo, eso es muy nerviosa –Okey,
okey Manuel, ajá, ¿pero qué pasó?– Bueno pues como le iba contando, ese día,
jueves dieciséis nos pusimos ahí, nada más Ernesto y yo a echarnos los whiskys
porque Luis se echó uno y se fue y Norkis ni lo prueba. Nos echamos como cuatro
cada uno, ahí campaneaito, con un hielito que Ernesto compró donde los Niches.
Como a diez para las nueve yo me arranqué. Le dije a Ernesto que guardara la
botella, lo que había quedado, como media botella. Iba bien señor Medina, ni
mareado ni nada. Nooo es que tampoco yo me voy a poner a beber y a beber
sabiendo que tengo que manejar. Empecé a subir ahí en la alfarería, pero cuando
iba llegando ahí donde se para un tipo a vender frutas, un poquito antes de la
entrada para donde Claudio, sentí así como un vahído, una vaina así como si me
fuera para un lado, pero así, violento, era como un vértigo. Yo me dije, pa’ la
puta, me cayó mal el whisky, y me orillé y apoyé la cabeza en el volante, un
ratico, como para que me pasara la vaina. Claro la vaina ya me había pasado,
porque fue una cosa así, rápida. Apagué las luces y el carro y me bajé como
para coger aire. Usted sabe señor Medina que cuando uno va subiendo ahí en esa
parte, a mano derecha se ve San Cristóbal, y Táriba y a mano izquierda pues
está la alfarería. Yo me bajé y como que no me fijé o no miré para el lado de
la alfarería, a pesar de que por ese lado fue por donde me bajé, por la izquierda,
sino que me di la vuelta como para mirar a San Cristóbal y ¡pa’ la puta!, ahí
no estaba San Cristóbal, ahí no se veían las luces allá abajo de San Cristóbal,
ni de Táriba, ni todo ese lucerío que uno ve desde ahí, ahí lo que había era como
un cerro, como una montaña. Me restregué los ojos y volví a mirar. No, eso lo
que era era un cerro lleno de monte. Miré para el otro lado y era como un
precipicio y otros cerros más allá, ahí no estaba la alfarería tampoco. Miré
para todas partes y no supe señor Medina, dónde estaba. El susto fue
arrechísimo, eso no hacía sino dar vueltas mirando para todas partes buscando a
San Cristóbal, buscando las luces. Enseguida me monté en el carro y prendí las
luces para ver mejor, porque siempre estaba un poco oscuro y sí, señor Medina,
era un cerro y un barranco para el otro lado. Eso no habían pasado ni dos
minutos cuando me dio la vaina para ser que yo me hubiera metido por la entrada
de donde Claudio, yo lo que hice fue pararme ahí, más abajito. Me dio una
tembladera y ya casi me iba a poner a llorar del miedo y me puse a buscar las
llaves que ya ni me acordaba adonde me las había metido. Cuando las conseguí,
metidas en el bolsillo de atrás del pantalón, casi ni podía meter la puta llave
en el suiche. Al fin prendí el carro y ya iba a arrancar, cuando me dije ¿y
para dónde cojo si ni siquiera sé dónde estoy? Entonces me dije, Bueno, bueno,
cálmese Manuel, que usted lo que pasa fue que se quedó dormido y se metió para
donde Claudio. Yo nunca había ido por allí y no sabía cómo era, aquí lo que hay
que hacer es regresarse. Entonces me puse a ver y ahí no había como dar la
vuelta y la carretera no era ninguna carretera, era más bien como un camino,
pura tierra y montecito. Entonces me dije, bueno hay que seguir subiendo,
porque estaba como en una subidita, y ver dónde puedo dar la vuelta, pero
enseguida pensé, pero para qué toches voy a subir si puedo retroceder, eso no
debo estar muy lejos de dónde me paré. Yo pensaba que no habían pasado más de
tres minutos desde que me dio la vaina, pero para mí era muy arrecho retroceder
ahí, en ese camino angostico y había una curva un poquito más abajo. Qué vaina
tan arrecha señor Medina, lo que hace el aguardiente. A mi otras veces me había
pasado, pero cuando no manejaba, que me echaba unos palos por ahí y cuando
apenas me montaba al autobús o a la buseta, me quedaba dormido y cuando veía
era que estaba en Rubio y ni me acordaba cómo había hecho para llegar al
terminal ni en qué autobús me había montado, y más arrecho todavía, me pasó
como dos veces, que me desperté en la casa al otro día y ni por el putas me
acordaba cómo había llegado a la casa, lo último que me acordaba era que estaba
echándome unas cervezas con Otto o con Julio en algún bar por ahí, ¿pero cómo y
cuándo salí de ahí, y quién me llevó hasta la casa?, de eso no me acordaba
nada, pero lo que se dice nada, por eso fue que yo dejé de beber cuando estaba
lejos de la casa, pero eso era cuando no manejaba, que yo me apoltronaba ahí en
el asiento y pues ahí uno se queda dormido, pero manejando, ¿cómo me iba a
quedar dormido?, además que no me había bebido sino como cuatro whiskys. Me
puse a retroceder de a poquito y llegué a la curva y seguí retrocediendo, en
bajada. Ya ahí si era recto un trecho largo. ¡Pa’ la puta!, me dije, cómo hice
para entrar hasta aquí, y ya me estaba entrando más miedo, porque, usted sabe
cómo es la entrada para donde Claudio, a mí eso no se me parecía a lo que uno
puede ver desde la entrada, esa vaina no se parecía a esa parte de por ahí que
uno ve que es como un peladero. Aquí había mucho monte y aquello era un
verdadero camino como para ir la gente a pie, si acaso algún jeep. Bueno ahí
como pude seguí bajando en retroceso, ya llevaba bastante, llegué a otra
curvita y ahí sí empezó un planito y el camino era un poquito más ancho. No
señor Medina, aquello no era para donde Claudio y yo estaba como muy adentro
quién sabe dónde. A todas estas yo ni me acordaba que llevaba el celular, ahí
fue cuando me acordé y me dije, pero yo si soy bien pingo, voy a llamar a
Ernesto… Ajá, ¿y qué le voy a decir? ¿Qué me venga a buscar a dónde?, pero de
todas manera lo saqué y ¡pa! ahí si fue verdad que me cagué. Usted sabe que
cuando uno lo prende lo primero que ve es la hora, ahí con esos números
grandotes, ¡Eras las doce y diez! Noo, eso enseguida me puse a berrear y hasta
me oriné en los calzones. Ahí como pude marqué para la casa pero enseguida me
salió sin servicio. Yo le tenía saldo, pero salía sin servicio, en esa verga no
había cobertura, quien sabe dónde ijueputas estaba. Berreando como un pendejo
seguí retrocediendo, orillándome para ver si podía dar la vuelta, pero era
peligroso, eso eran como cuatro metros de ancho, seguí otro trecho y cuando veo
es una casa. Estaba toda oscura, ya ahí todo el mundo estaba durmiendo, claro
era más de medianoche. De todas maneras eso fue como si me hubiera sacado el
kino. Enseguida me bajé y empecé a gritar ¡Auxilio! ¡Ayúdenme! ¡Estoy perdido!
De una vez ahí se prendió una luz y yo volví a gritar ¡Por el amor de Dios,
ayúdenme! ¡Estoy perdido! Desde adentro la voz de un tipo me gritó, póngase al
lado del portón, donde lo pueda ver. Había como un portoncito para entrar a la
casa. La casa quedaba un poquito hacia adentro, como unos quince metros.
Enseguida se puso a alumbrar con una linterna, me alumbraba a mí y alumbraba
para donde estaba el carro. Entonces volvió a gritar. Los demás que también se
pongan ahí. Entonces yo también le grité. No hay más nadie, soy yo solo que
ando perdido. El tipo volvió a gritar. Quiero ver a los demás ahí, y con cuidado,
los estoy apuntando. Noo señor Medina, ahí si fue verdad que me mié de verdad
verdad y ya me iba a tirar a suelo cuando el tipo me gritó, y usted no se
mueva. Quedé paralizado y sin que nadie me lo dijera alcé los brazos, así
estaría. Entonces se abrió la puerta de la casa, pero no salió nadie. Al ratico
salió un tipo y más atrás otro, cada uno tenía una escopeta. Los dos se
quedaron ahí y alumbraron con una linterna cada uno, alumbraban más al carro.
Entonces empezaron a caminar, uno apuntándome a mí y el otro apuntando al
carro. Yo, a moco tendido, les dije, no hay más nadie, señores, ando solo, me
perdí. Los tipos ya más confiados se me acercaron. Uno era más viejo que el
otro, era el papá del otro que era un chamo. ¿Qué anda haciendo por aquí?, me
preguntó el viejo. Me perdí señor, me perdí. ¿Cómo que se perdió? Sí señor, me
perdí. ¿Y cómo llegó hasta aquí? Yo no sé señor, quizás me metí por donde no
era. ¿Y para dónde iba? Para mi casa señor, yo vivo en Rubio. ¿Queeeé? En
Rubio, señor, yo trabajo en San Cristóbal y vivo en Rubio. ¿Y cómo hizo para
llegar hasta aquí? Yo no sé señor, ni sé dónde estoy. Yo no sé cómo se llama
esto por aquí. El viejo miró al muchacho y éste hizo un gesto de incredulidad.
El viejo le hizo una seña y el muchacho se fue acercando lentamente al carro,
apuntando, después dijo. Aquí no hay nadie. ¿Y ese carro es suyo? Sí señor. El
hombre miraba al muchacho y luego me miraba a mí. Bajó la escopeta y el
muchacho también. Yo sentí que volvía a nacer. Ayúdeme señor, le dije, yo no sé
qué me pasó. Él se me acercó, me tomó por un brazo y me dijo, venga. El
muchacho se vino detrás de nosotros hacia la casa. Yo me puse a decirle que no
sabía dónde estaba, que yo iba para Rubio, para mi casa y de pronto aparecí
ahí. De pronto el tipo me dijo. ¿Usted cómo que andaba tomando? Me dio mucha
vergüenza y le dije que andaba con un amigo, pero que apenas me había tomado
como tres tragos. ¿Jumm, tres tragos si es bueno. Seguro señor. Allá se quedó
más de media botella. ¿Y qué estaba tomando? Whisky. Ah, pero toma fino. No
señor, fue hoy que se nos ocurrió. Sería ayer. Yo no dije nada y cuando ya
entrábamos a la casa me dijo. De todas maneras yo no sé cómo hizo usted para
meter ese carro hasta aquí. Pues manejando, sería, cómo más. Es que para acá no
entra sino puro jeep, la carretera está abajo, en La Laguna, pero para acá es
camino. ¿Y eso está muy lejos? Como a media hora ¿Entonces, cómo hice para
meterme para acá? Si no sabe usted. En ese momento se me ocurrió preguntarle si
él tenía teléfono. No hombre, qué teléfono ni que nada y aquí no funcionan los
celulares, me respondió al ver que yo sacaba mi celular. Yo lo estaba sacando
para decirle que el mío estaba sin servicio. ¿Y usted cómo se llama?, me
preguntó. Manuel, Víctor Manuel Molina. Y me dijo que trabajaba ¿dónde? En el
IPP señor, es una oficina de la ULA, de la universidad, miré este es mi carnet,
le enseñé. Él lo agarró, lo miró y me lo volvió a dar. Y vive en Rubio. Sí. ¿Y
por qué agarró para acá? Señor, yo no agarré para ningún lado, yo iba derecho
para mi casa, estaba en el Salón de Lectura en San Cristóbal y como a las nueve
me fui, iba subiendo para El Mirador, ahí en la alfarería cuando me dio como un
vahído y cuando me bajé del carro ya no estaba ahí, estaba aquí, allá arriba.
¿Cómo así? Bueno, yo iba ahí y de pronto me sentí como mareado, entonces me
orillé y me agaché un poquito, para ver si me pasaba, eso fue que me pegó el
whisky pero yo no había tomado casi nada, entonces me bajé para agarrar aire y
fue cuando vi que ya no estaba donde estaba, donde me había parado. ¿No sería
que se quedó dormido y lo agarraron para robarle el carro y lo dejaron aquí?,
habló por primera vez el muchacho. Debe ser, yo no sé, argumenté yo. No amigo,
si hubiera sido eso, lo hubieran dejado en el sitio y a lo mejor ni vivo,
porque, póngase a pensar, ¿para qué lo iban a traer tan lejos a dejarlo con
carro y todo? A todas estas señor Medina, una mujer había salido y estaba ahí
parada, recostada en la puerta escuchando lo que estábamos hablando. Fue cuando
el viejo le dijo. María, ¿se acuerda del cuento aquel de los chamos que
aparecieron por allá arriba, dizque estaban en Palmira y aparecieron ahí?
¡Umjú!, dijo la tal María. Pues no vaya a ser que aquí al amigo le haya pasado
lo mismo, dijo el señor. Pero papá, nosotros no vimos nunca esos chamos. No,
pero vimos cuando bajaban el carro, un carro nuevecito que para acá no entra ni
entrando, usted viera como bregaron para bajarlo porque el camino estaba
malísimo, puro barrial. Es que dicen que es un portal, dijo la mujer y se
arrebujó una cobija que llevaba encima. Eso dicen, confirmó el viejo. Ay papá
que portal ni juan portales, objetó el muchacho. La vaina es que ¿cómo hacen para meter un
carro así hasta aquí y después dizque no saben, carros así como el suyo, que lo
que andan es en carreteras asfaltadas?, argumentó el viejo y agregó, bueno, sea
lo que sea, lo mejor es ir a dormir, ya mañana veremos, María, búsquele una
cobija al señor para que duerma aunque sea ahí en una estera. Bueno señor
Medina, ellos se fueron a dormir y a mí me prepararon una estera ahí mismo, en
la sala, pero yo, que iba a dormir, no hacía sino pensar y pensar.
Como
a las cinco y media de la mañana el señor me despertó. Yo quizás me había
quedado dormido hacía poquito, me pareció que no había dormido ni cinco
minutos. El señor me dijo que había que bajar para que agarrara el jeep que
venía de Macanillo. Tenemos que bajar ahorita porque el jeep pasa como a las
seis y media por abajo y de aquí hasta allá es casi una hora. Lo mejor es que
usted se vaya y regrese con alguien que le ayude con el carro, menos mal que no
ha llovido. En su casa deben estar preocupados, me dijo. Sí, tienen que estar
preocupados porque dígame, si me llamaron, y yo también, sin poder llamar. Eso
era antes cuando yo no manejaba que no se preocupaban mucho porque sabían que
cuando yo no me aparecía era que andaba por ahí con unos amigos, pero ahora no,
desde que ando manejando eso me llaman cada rato. ¿Y desde cuando maneja? Desde
hace como dos años que aprendí. ¿Cómo dicen que loro viejo no aprende a
hablar?, chanceó el señor y agregó, bueno, vamos a hacer café para ver si nos
arrancamos.
Al
rato ya íbamos bajando y ahí fue cuando le pregunté por lo que había dicho en
la noche de los muchachos que también aparecieron por ahí. A los muchachos no
los vimos, dijo él, porque ellos como que llegaron a Macanillo, es que por ese
camino también se llega a Macanillo, y de ahí se los llevaron a Táriba, por El
Junco, pero sí vimos cuando bajaban el carro, por aquí lo bajaron, entre varios
que lo iban sosteniendo y poniéndole piedras y palos porque había mucho
barrial, porque esto es pura bajada hasta La Laguna, ahorita va a ver. Nosotros
ayudamos y ahí fue cuando nos contaron. Parece que los muchachos, eran un
muchacho y una muchacha, andaban en Palmira, ellos como que eran de Táriba,
andaban por ahí haciendo sus vainas, entonces se metieron en un montecito, con
carro y todo, para hacer la vaina ahí, y cuando terminaron vieron que no
estaban en el sitio, estaban allá arriba, por ahí donde usted apareció. Del
susto dejaron el carro y empezaron a correr para arriba, claro de ahí no es
mucha la subida, enseguida empieza la bajada hasta Macanillo, pero es lejos,
más de una hora a pie. Claro desde arriba se ven las luces y parece que fuera
ahí mismo. Allá llegaron como a las dos de la mañana y ahí los atendieron, los
llevaron a la Prefectura y ahí ellos contaron lo que les había pasado. En la
mañanita vinieron de Macanillo con el Jefe Civil y otra gente y ahí estaba el
carro. Nadie podía explicarse cómo hicieron para meter ese carro por este
camino. Nosotros no escuchamos nada que algún carro subiera en la noche, como
anoche, nosotros no escuchamos nada cuando usted subió por ahí por el frente de
la casa, escuchamos fue los gritos suyos cuando llegó a pedir que lo ayudaran.
Eso
fue lo que me pasó señor Medina. El carro lo bajé como a los dos días, pero
tampoco fue tan difícil, el camino estaba seco. Allá lo tengo, no lo saco, ando
en buseta y para donde Ernesto no he vuelto, cuando me quiero tomar un
whiskisito me lo echo en la casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario