jueves, 9 de agosto de 2012


De El Mirador a Macanillo

Que yo tuviera conocimiento, Manuel no tenía carro y menos que supiera conducir, pero sí, tenía un Mercedes Clase C 280 del año 1976, blanco. Lo había comprado en cuarenta mil bolívares hacía dos años. Él siempre había soñado tener un Mercedes antiguo. No estaba en muy buenas condiciones pero un tal James, que él no pronunciaba yeims sino James, así como se escribe, se lo parapeteó lo mejor que pudo. Claro tuvo que ir a Cúcuta a buscar algunos repuestos, pero el carrito le quedó machete.
Cuando me contó lo que de seguidas relataré, yo quedé, como se dice, patitieso, no tanto por lo del carro, aunque también me causó estupor, porque yo creía que Manuel le tenía culillo al volante, sino por la historia, por demás inverosímil. Aquí va, con sus propias palabras, la historia.
Usted sabe, señor Medina que yo, dos veces por semana, cuando salgo del trabajo, me doy una vuelta por donde Ernesto. –Yo no sé por qué Manuel me nombra señor Medina cuando puede hacerlo por mi nombre de pila y eso de que usted sabe tal cosa, pues la verdad que yo de Manuel no sé nada si no es porque él mismo me cuenta, ah, y tampoco sabía que trabajaba, yo pensaba que era un vago, pero sigamos con lo que dice Manuel– Ahí nos ponemos a cotorrear y a veces nos tomamos un vinito. A veces está Luis –yo no sé a qué Luis se refiere. Él como que da por descontado que yo conozco a las mismas personas que él– o a veces Velandia y con ellos compartimos el vinito y la cotorra. La que siempre está ahí es Norkis, claro no ve que ella está ahora por Blanquita, que tiene en su computadora unas baladas de las viejas buenísimas. Ahí siempre nos ponemos a escucharlas. Tiene a Pepino de Caprio, a La Industria Nacional, a Sandro, tiene Santabárbara, a De Santis, bueno, eso tiene a todos esos baladistas, a Doménico Modugno, a Raphael, a Dyango, yo siempre le digo que me ponga Resistiré con el Dúo Dinámico. Bueno, ahí conversamos y Ernesto me cuenta de todos esos poetas con los que habla siempre, de Armando –¿?–, de Luis Alberto, del Catire, de Cadenas, bueno y de unos colombianos que son pana de él y de los panas que hizo cuando fue a España, ah y de Juan. Ayer llamé a Darío, me dijo que me iba a mandar Memorias de un hombre feliz, una novela bellísima que le publicó Pre-Textos hace dos años, es de un tipo que mata a su esposa, te la voy a pasar cuando me llegue, vo sabei que yo casi con las novelas no, me dijo un día, pero hasta la fecha no le he visto el queso a la tostada. Bueno, eso fue el dieciséis que fue jueves, antes de carnaval. Yo había cobrado y me llevé una de Chivas, porque me dije, noo, hoy nos sale un whiskisito. Me llevé también una selección de baladas que le había encargado a Álvaro, noo, la que iba a quedar chiflada cuando le mostrara era Norkis, eran cien baladas, ahí tenía a Carlos Javier Beltrán, Juan Erasmo Mochi, Yaco Monti, Miguel Gallardo, Tormenta, Sergio Denis, noo, señor Medina, tenía a Rodolfo Aicardi, René y René… –Tuve que interrumpirlo y decirle que por qué no continuaba con la historia, porque si se ponía a nombrar todos los baladistas, no iba a terminar nunca–. Él prosiguió.
Bueno, lo cierto fue que Norkis me pidió el cidi y tuve que regalárselo –Ajá, ¿Y?–. No, pues que empezamos a echarnos los whiskys Ernesto y yo, Norkis no, ella no bebe. Al ratico llegó Luis, pero no se estuvo nada, apenas se echó uno porque dijo que iba para Sofitasa que tenía la presentación de un libro.
Bueno señor Medina usted sabe que –y dale con que yo sé– cuando ya son por ahí, las ocho y media o nueve yo me arranco, tampoco me gusta irme muy tarde. Ya a esa hora no hay cola y yo puedo irme tranquilo, piano piano, usted sabe que yo no corro –¡putas!, me dije ¿cómo que yo sé que él no corre? ¿No corre qué?– porque el carrito yo lo cuido mucho… –¿Qué? ¿qué? ¿qué?, párate ahí Manuel, ¿de qué me estás hablando?, lo interrumpí abruptamente–. Ay señor Medina, usted no me está parando ni media. Le estoy contando lo que me pasó… –No, no, no ¿cómo es eso de que tú no corres porque cuidas mucho el carrito? ¿de qué carro hablas?– Pues del carrito señor Medina, del Mercedes –¿Qué Mercedes?– Ay señor Medina ¿yo no le había dicho que al fin me compre un carrito, un Mercedes?, usted sabe que siempre decía que si yo algún día tenía un carro tenía que ser un Mercedes. –¿Y te compraste un Mercedes? Hice la pregunta pensando en la bola de billete que le debió haber costado– Si señor Medina, viejito pero está bueno, James me lo parapetió, me costó cuarenta mil. Yo tenía mi platica ahorrada. Claro, tuve que meterle como ocho más, pero quedó calidá –Manuel, ¿también estás hablando como los muchachos de ahora?– Ay señor Medina, es que de tanto escuchar a las nietas a uno se le pega –Y ahora me resultó que también tiene nietas… Ajá, ¿y tú mismo lo conduces?– Claro, señor Medina, aprendí a manejar, ahí con Mélany y también con Ángela y Marconi, noo pero con Ángela es un peo, eso es muy nerviosa –Okey, okey Manuel, ajá, ¿pero qué pasó?– Bueno pues como le iba contando, ese día, jueves dieciséis nos pusimos ahí, nada más Ernesto y yo a echarnos los whiskys porque Luis se echó uno y se fue y Norkis ni lo prueba. Nos echamos como cuatro cada uno, ahí campaneaito, con un hielito que Ernesto compró donde los Niches. Como a diez para las nueve yo me arranqué. Le dije a Ernesto que guardara la botella, lo que había quedado, como media botella. Iba bien señor Medina, ni mareado ni nada. Nooo es que tampoco yo me voy a poner a beber y a beber sabiendo que tengo que manejar. Empecé a subir ahí en la alfarería, pero cuando iba llegando ahí donde se para un tipo a vender frutas, un poquito antes de la entrada para donde Claudio, sentí así como un vahído, una vaina así como si me fuera para un lado, pero así, violento, era como un vértigo. Yo me dije, pa’ la puta, me cayó mal el whisky, y me orillé y apoyé la cabeza en el volante, un ratico, como para que me pasara la vaina. Claro la vaina ya me había pasado, porque fue una cosa así, rápida. Apagué las luces y el carro y me bajé como para coger aire. Usted sabe señor Medina que cuando uno va subiendo ahí en esa parte, a mano derecha se ve San Cristóbal, y Táriba y a mano izquierda pues está la alfarería. Yo me bajé y como que no me fijé o no miré para el lado de la alfarería, a pesar de que por ese lado fue por donde me bajé, por la izquierda, sino que me di la vuelta como para mirar a San Cristóbal y ¡pa’ la puta!, ahí no estaba San Cristóbal, ahí no se veían las luces allá abajo de San Cristóbal, ni de Táriba, ni todo ese lucerío que uno ve desde ahí, ahí lo que había era como un cerro, como una montaña. Me restregué los ojos y volví a mirar. No, eso lo que era era un cerro lleno de monte. Miré para el otro lado y era como un precipicio y otros cerros más allá, ahí no estaba la alfarería tampoco. Miré para todas partes y no supe señor Medina, dónde estaba. El susto fue arrechísimo, eso no hacía sino dar vueltas mirando para todas partes buscando a San Cristóbal, buscando las luces. Enseguida me monté en el carro y prendí las luces para ver mejor, porque siempre estaba un poco oscuro y sí, señor Medina, era un cerro y un barranco para el otro lado. Eso no habían pasado ni dos minutos cuando me dio la vaina para ser que yo me hubiera metido por la entrada de donde Claudio, yo lo que hice fue pararme ahí, más abajito. Me dio una tembladera y ya casi me iba a poner a llorar del miedo y me puse a buscar las llaves que ya ni me acordaba adonde me las había metido. Cuando las conseguí, metidas en el bolsillo de atrás del pantalón, casi ni podía meter la puta llave en el suiche. Al fin prendí el carro y ya iba a arrancar, cuando me dije ¿y para dónde cojo si ni siquiera sé dónde estoy? Entonces me dije, Bueno, bueno, cálmese Manuel, que usted lo que pasa fue que se quedó dormido y se metió para donde Claudio. Yo nunca había ido por allí y no sabía cómo era, aquí lo que hay que hacer es regresarse. Entonces me puse a ver y ahí no había como dar la vuelta y la carretera no era ninguna carretera, era más bien como un camino, pura tierra y montecito. Entonces me dije, bueno hay que seguir subiendo, porque estaba como en una subidita, y ver dónde puedo dar la vuelta, pero enseguida pensé, pero para qué toches voy a subir si puedo retroceder, eso no debo estar muy lejos de dónde me paré. Yo pensaba que no habían pasado más de tres minutos desde que me dio la vaina, pero para mí era muy arrecho retroceder ahí, en ese camino angostico y había una curva un poquito más abajo. Qué vaina tan arrecha señor Medina, lo que hace el aguardiente. A mi otras veces me había pasado, pero cuando no manejaba, que me echaba unos palos por ahí y cuando apenas me montaba al autobús o a la buseta, me quedaba dormido y cuando veía era que estaba en Rubio y ni me acordaba cómo había hecho para llegar al terminal ni en qué autobús me había montado, y más arrecho todavía, me pasó como dos veces, que me desperté en la casa al otro día y ni por el putas me acordaba cómo había llegado a la casa, lo último que me acordaba era que estaba echándome unas cervezas con Otto o con Julio en algún bar por ahí, ¿pero cómo y cuándo salí de ahí, y quién me llevó hasta la casa?, de eso no me acordaba nada, pero lo que se dice nada, por eso fue que yo dejé de beber cuando estaba lejos de la casa, pero eso era cuando no manejaba, que yo me apoltronaba ahí en el asiento y pues ahí uno se queda dormido, pero manejando, ¿cómo me iba a quedar dormido?, además que no me había bebido sino como cuatro whiskys. Me puse a retroceder de a poquito y llegué a la curva y seguí retrocediendo, en bajada. Ya ahí si era recto un trecho largo. ¡Pa’ la puta!, me dije, cómo hice para entrar hasta aquí, y ya me estaba entrando más miedo, porque, usted sabe cómo es la entrada para donde Claudio, a mí eso no se me parecía a lo que uno puede ver desde la entrada, esa vaina no se parecía a esa parte de por ahí que uno ve que es como un peladero. Aquí había mucho monte y aquello era un verdadero camino como para ir la gente a pie, si acaso algún jeep. Bueno ahí como pude seguí bajando en retroceso, ya llevaba bastante, llegué a otra curvita y ahí sí empezó un planito y el camino era un poquito más ancho. No señor Medina, aquello no era para donde Claudio y yo estaba como muy adentro quién sabe dónde. A todas estas yo ni me acordaba que llevaba el celular, ahí fue cuando me acordé y me dije, pero yo si soy bien pingo, voy a llamar a Ernesto… Ajá, ¿y qué le voy a decir? ¿Qué me venga a buscar a dónde?, pero de todas manera lo saqué y ¡pa! ahí si fue verdad que me cagué. Usted sabe que cuando uno lo prende lo primero que ve es la hora, ahí con esos números grandotes, ¡Eras las doce y diez! Noo, eso enseguida me puse a berrear y hasta me oriné en los calzones. Ahí como pude marqué para la casa pero enseguida me salió sin servicio. Yo le tenía saldo, pero salía sin servicio, en esa verga no había cobertura, quien sabe dónde ijueputas estaba. Berreando como un pendejo seguí retrocediendo, orillándome para ver si podía dar la vuelta, pero era peligroso, eso eran como cuatro metros de ancho, seguí otro trecho y cuando veo es una casa. Estaba toda oscura, ya ahí todo el mundo estaba durmiendo, claro era más de medianoche. De todas maneras eso fue como si me hubiera sacado el kino. Enseguida me bajé y empecé a gritar ¡Auxilio! ¡Ayúdenme! ¡Estoy perdido! De una vez ahí se prendió una luz y yo volví a gritar ¡Por el amor de Dios, ayúdenme! ¡Estoy perdido! Desde adentro la voz de un tipo me gritó, póngase al lado del portón, donde lo pueda ver. Había como un portoncito para entrar a la casa. La casa quedaba un poquito hacia adentro, como unos quince metros. Enseguida se puso a alumbrar con una linterna, me alumbraba a mí y alumbraba para donde estaba el carro. Entonces volvió a gritar. Los demás que también se pongan ahí. Entonces yo también le grité. No hay más nadie, soy yo solo que ando perdido. El tipo volvió a gritar. Quiero ver a los demás ahí, y con cuidado, los estoy apuntando. Noo señor Medina, ahí si fue verdad que me mié de verdad verdad y ya me iba a tirar a suelo cuando el tipo me gritó, y usted no se mueva. Quedé paralizado y sin que nadie me lo dijera alcé los brazos, así estaría. Entonces se abrió la puerta de la casa, pero no salió nadie. Al ratico salió un tipo y más atrás otro, cada uno tenía una escopeta. Los dos se quedaron ahí y alumbraron con una linterna cada uno, alumbraban más al carro. Entonces empezaron a caminar, uno apuntándome a mí y el otro apuntando al carro. Yo, a moco tendido, les dije, no hay más nadie, señores, ando solo, me perdí. Los tipos ya más confiados se me acercaron. Uno era más viejo que el otro, era el papá del otro que era un chamo. ¿Qué anda haciendo por aquí?, me preguntó el viejo. Me perdí señor, me perdí. ¿Cómo que se perdió? Sí señor, me perdí. ¿Y cómo llegó hasta aquí? Yo no sé señor, quizás me metí por donde no era. ¿Y para dónde iba? Para mi casa señor, yo vivo en Rubio. ¿Queeeé? En Rubio, señor, yo trabajo en San Cristóbal y vivo en Rubio. ¿Y cómo hizo para llegar hasta aquí? Yo no sé señor, ni sé dónde estoy. Yo no sé cómo se llama esto por aquí. El viejo miró al muchacho y éste hizo un gesto de incredulidad. El viejo le hizo una seña y el muchacho se fue acercando lentamente al carro, apuntando, después dijo. Aquí no hay nadie. ¿Y ese carro es suyo? Sí señor. El hombre miraba al muchacho y luego me miraba a mí. Bajó la escopeta y el muchacho también. Yo sentí que volvía a nacer. Ayúdeme señor, le dije, yo no sé qué me pasó. Él se me acercó, me tomó por un brazo y me dijo, venga. El muchacho se vino detrás de nosotros hacia la casa. Yo me puse a decirle que no sabía dónde estaba, que yo iba para Rubio, para mi casa y de pronto aparecí ahí. De pronto el tipo me dijo. ¿Usted cómo que andaba tomando? Me dio mucha vergüenza y le dije que andaba con un amigo, pero que apenas me había tomado como tres tragos. ¿Jumm, tres tragos si es bueno. Seguro señor. Allá se quedó más de media botella. ¿Y qué estaba tomando? Whisky. Ah, pero toma fino. No señor, fue hoy que se nos ocurrió. Sería ayer. Yo no dije nada y cuando ya entrábamos a la casa me dijo. De todas maneras yo no sé cómo hizo usted para meter ese carro hasta aquí. Pues manejando, sería, cómo más. Es que para acá no entra sino puro jeep, la carretera está abajo, en La Laguna, pero para acá es camino. ¿Y eso está muy lejos? Como a media hora ¿Entonces, cómo hice para meterme para acá? Si no sabe usted. En ese momento se me ocurrió preguntarle si él tenía teléfono. No hombre, qué teléfono ni que nada y aquí no funcionan los celulares, me respondió al ver que yo sacaba mi celular. Yo lo estaba sacando para decirle que el mío estaba sin servicio. ¿Y usted cómo se llama?, me preguntó. Manuel, Víctor Manuel Molina. Y me dijo que trabajaba ¿dónde? En el IPP señor, es una oficina de la ULA, de la universidad, miré este es mi carnet, le enseñé. Él lo agarró, lo miró y me lo volvió a dar. Y vive en Rubio. Sí. ¿Y por qué agarró para acá? Señor, yo no agarré para ningún lado, yo iba derecho para mi casa, estaba en el Salón de Lectura en San Cristóbal y como a las nueve me fui, iba subiendo para El Mirador, ahí en la alfarería cuando me dio como un vahído y cuando me bajé del carro ya no estaba ahí, estaba aquí, allá arriba. ¿Cómo así? Bueno, yo iba ahí y de pronto me sentí como mareado, entonces me orillé y me agaché un poquito, para ver si me pasaba, eso fue que me pegó el whisky pero yo no había tomado casi nada, entonces me bajé para agarrar aire y fue cuando vi que ya no estaba donde estaba, donde me había parado. ¿No sería que se quedó dormido y lo agarraron para robarle el carro y lo dejaron aquí?, habló por primera vez el muchacho. Debe ser, yo no sé, argumenté yo. No amigo, si hubiera sido eso, lo hubieran dejado en el sitio y a lo mejor ni vivo, porque, póngase a pensar, ¿para qué lo iban a traer tan lejos a dejarlo con carro y todo? A todas estas señor Medina, una mujer había salido y estaba ahí parada, recostada en la puerta escuchando lo que estábamos hablando. Fue cuando el viejo le dijo. María, ¿se acuerda del cuento aquel de los chamos que aparecieron por allá arriba, dizque estaban en Palmira y aparecieron ahí? ¡Umjú!, dijo la tal María. Pues no vaya a ser que aquí al amigo le haya pasado lo mismo, dijo el señor. Pero papá, nosotros no vimos nunca esos chamos. No, pero vimos cuando bajaban el carro, un carro nuevecito que para acá no entra ni entrando, usted viera como bregaron para bajarlo porque el camino estaba malísimo, puro barrial. Es que dicen que es un portal, dijo la mujer y se arrebujó una cobija que llevaba encima. Eso dicen, confirmó el viejo. Ay papá que portal ni juan portales, objetó el muchacho.  La vaina es que ¿cómo hacen para meter un carro así hasta aquí y después dizque no saben, carros así como el suyo, que lo que andan es en carreteras asfaltadas?, argumentó el viejo y agregó, bueno, sea lo que sea, lo mejor es ir a dormir, ya mañana veremos, María, búsquele una cobija al señor para que duerma aunque sea ahí en una estera. Bueno señor Medina, ellos se fueron a dormir y a mí me prepararon una estera ahí mismo, en la sala, pero yo, que iba a dormir, no hacía sino pensar y pensar.
Como a las cinco y media de la mañana el señor me despertó. Yo quizás me había quedado dormido hacía poquito, me pareció que no había dormido ni cinco minutos. El señor me dijo que había que bajar para que agarrara el jeep que venía de Macanillo. Tenemos que bajar ahorita porque el jeep pasa como a las seis y media por abajo y de aquí hasta allá es casi una hora. Lo mejor es que usted se vaya y regrese con alguien que le ayude con el carro, menos mal que no ha llovido. En su casa deben estar preocupados, me dijo. Sí, tienen que estar preocupados porque dígame, si me llamaron, y yo también, sin poder llamar. Eso era antes cuando yo no manejaba que no se preocupaban mucho porque sabían que cuando yo no me aparecía era que andaba por ahí con unos amigos, pero ahora no, desde que ando manejando eso me llaman cada rato. ¿Y desde cuando maneja? Desde hace como dos años que aprendí. ¿Cómo dicen que loro viejo no aprende a hablar?, chanceó el señor y agregó, bueno, vamos a hacer café para ver si nos arrancamos.
Al rato ya íbamos bajando y ahí fue cuando le pregunté por lo que había dicho en la noche de los muchachos que también aparecieron por ahí. A los muchachos no los vimos, dijo él, porque ellos como que llegaron a Macanillo, es que por ese camino también se llega a Macanillo, y de ahí se los llevaron a Táriba, por El Junco, pero sí vimos cuando bajaban el carro, por aquí lo bajaron, entre varios que lo iban sosteniendo y poniéndole piedras y palos porque había mucho barrial, porque esto es pura bajada hasta La Laguna, ahorita va a ver. Nosotros ayudamos y ahí fue cuando nos contaron. Parece que los muchachos, eran un muchacho y una muchacha, andaban en Palmira, ellos como que eran de Táriba, andaban por ahí haciendo sus vainas, entonces se metieron en un montecito, con carro y todo, para hacer la vaina ahí, y cuando terminaron vieron que no estaban en el sitio, estaban allá arriba, por ahí donde usted apareció. Del susto dejaron el carro y empezaron a correr para arriba, claro de ahí no es mucha la subida, enseguida empieza la bajada hasta Macanillo, pero es lejos, más de una hora a pie. Claro desde arriba se ven las luces y parece que fuera ahí mismo. Allá llegaron como a las dos de la mañana y ahí los atendieron, los llevaron a la Prefectura y ahí ellos contaron lo que les había pasado. En la mañanita vinieron de Macanillo con el Jefe Civil y otra gente y ahí estaba el carro. Nadie podía explicarse cómo hicieron para meter ese carro por este camino. Nosotros no escuchamos nada que algún carro subiera en la noche, como anoche, nosotros no escuchamos nada cuando usted subió por ahí por el frente de la casa, escuchamos fue los gritos suyos cuando llegó a pedir que lo ayudaran.
Eso fue lo que me pasó señor Medina. El carro lo bajé como a los dos días, pero tampoco fue tan difícil, el camino estaba seco. Allá lo tengo, no lo saco, ando en buseta y para donde Ernesto no he vuelto, cuando me quiero tomar un whiskisito me lo echo en la casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario